martes, 12 de marzo de 2013

Pandillas ascienden a más de 1.300 en Bogotá



El 90 por ciento de sus integrantes consume droga. La mayoría están conformadas por menores de edad.

A los 13 años, alias 'Pelusa' manipuló por primera vez un arma de fuego. La disparaba para 'asustar' a sus enemigos. Y con tan mala suerte que, en una ocasión, uno de ellos respondió con buena puntería y le 'pegó' dos tiros.
Tiene 17 años. A su hermano le decían de la misma manera, por su pelo esponjoso. Este sobrenombre le dio vida a 'Los Pelusas', una pandilla juvenil de la que él y sus dos hermanos -hoy en la cárcel- eran líderes.
"Salíamos a farrear. Éramos drogadictos y nos gustaba mucho la marihuana... cuando nos encontrábamos íbamos a los colegios a conocer niñas", afirma este adolescente, que a los 9 años comenzó a fumar, a los 11 se tatuó y a los 13 probó la droga. Hoy, es adicto al cigarrillo y al licor.
Le gustaban los 'bailaos', es decir, darse plomo con los de 'La 90' o 'La Warner', otras pandillas de Engativá. En esta localidad hay unas cinco. "Creamos el grupo para cuidarnos a nosotros y a nuestros vecinos", cuenta.
Más de 1.300 en la ciudad
En Bogotá, según cifras a 2008 del Instituto para la protección de la Niñez y de la Juventud (Idipron), existen 1.319 pandillas juveniles con cerca de 20.000 integrantes.
La mayoría se dedica a hurto a personas, residencia y comercio. Portan armas blancas y de fuego. Suelen ser de estratos 1 y 2 y tienen entre 15 y 20 miembros, en promedio. Muchos, menores de edad.
Están en Fontibón, Ciudad Bolívar, Usme, Bosa, Engativá, Kennedy y Usaquén, principalmente. En estas dos últimas localidades hay pandillas conformadas por varios miembros de la familia.
Según Víctor Velásquez, ex jefe de la Unidad Especial para Adolescentes de Bogotá, el 90 por ciento de quienes las integran son consumidores. Fuman, sobre todo, marihuana.
"En Kennedy hay una que les quita los útiles escolares a los estudiantes y les piden diez mil pesos para devolvérselos", indica. En Usme, cobran cuotas de 20 mil para no robar a los dueños de negocios. En Ciudad Bolívar, hurtan a tenderos y a vehículos.
"Muchos de sus integrantes son menores de edad huérfanos, desplazados, sin opciones de estudio", dice el comandante de la Policía de C. Bolívar, Nelson Arévalo. Allí, dice, ya identificaron a 7 pandillas.
"Los padres abandonan a sus niños y estos buscan protección en el líder de una pandilla", agrega Claudia J. Sánchez, psicóloga de la Policía.
Carmen, madre de alias 'Pelusa' vende dulces en la calle. Es separada. "Se ha vuelto agresivo y me lo amenazaron de muerte", dice. Ella solo quiere que su hijo estudie. Afirma que ya dejó la delincuencia.
'Buscan el dinero fácil'
Por qué los jóvenes ingresan a las pandillas
Por abandono de sus familias, influencia de amigos, diversión, falta de oportunidades, necesidad de defensa y ganar dinero fácil, dice la psicóloga Claudia Yaneth Sánchez.
"Incursionan en los delitos para tener poder y reconocimiento ; quieren infundir respeto, sembrando miedo", agrega la psicóloga jurídica Ana María Guerrero. No estudian, suelen ser agresivos y tener baja autoestima. Los pandilleros tienen su propio lenguaje y forma de vestir. Usan tatuajes, pearcing y manillas y para ingresar a la pandilla cumplen retos casi siempre delictivos.
"Nosotras cargábamos las armas"
Hija de padres separados. A los 15 años entró a 'Los Cobra', una pandilla de Ciudad Bolívar. Allí duró 10 años. Chupaba pegante y metía marihuana. Delinquía.
"La mayoría éramos jóvenes. Robábamos para consumir droga... Quedé embarazada a los 18 y me fui a vivir con el papá de mi hijo, pero él me pegaba, me apuñalaba...".
"Éramos como 40. Hoy la mitad están muertos y los demás, en la cárcel. Yo me prestaba para cargar armas. Había mucho vicio y atracábamos en buses y supermercados... Nos tenían respeto", cuenta una joven ex pandillera, quien fue testigo de violaciones, balaceras con otras pandillas y homicidios.
Otra joven, quien fue parte de las barras bravas desde los 11 años (estas se consideran pandillas cuando sus miembros delinquen y se drogan), llegó a la indigencia por el vicio. "Empecé con alcohol, marihuana, luego bóxer, perico, pepas y terminé en el bazuco", relata.
En este grupo, del cual se alejó hace dos años, robaba para comprar una boleta, consumir droga o ganar respeto; atacaba a los hinchas de otros equipos; portaba armas blancas. Hoy es madre de familia y quiere terminar su carrera profesional. 

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